Anuncio_Francisco Martínez

Por ser un reflejo fiel de lo que es el trabajo periodístico, transcribo para Mundo Económico y Político, las palabras que Roxana Duque me hizo el favor de regalarme como prólogo a Mis Memorias.

¿Cómo inicia la historia? Como lo hacen los matutinos.

En una redacción cualquiera inundada por el olor de la tinta del periódico que se confunde con el infaltable aroma a café recién hecho y cigarrillo. Ahí, donde consultar la bandera es parte del ritual, donde la llegada del jefe con una palmada en la espalda te avisa que el día está por comenzar.

La larga mesa que ocupa el centro de la redacción con un teléfono al centro, “por si hay algo”, es mudo testigo de lo que se habla. Cada quien tiene en un pedazo de papel las órdenes de trabajo para el día, siempre la misma rutina y sin embargo cada jornada es tan distinta a la anterior y a la que le sigue.

Y es aquí, en este mundo bohemio y elocuente donde se produce el material para el libro que hoy se lee. El primero de muchos, si el autor así lo quiere, porque aunque usted no lo crea la Enciclopedia Espasa palidece de envidia ante tanto material que anida en el corazón de un periodista.

Imposible hacer un recuento puntual sobre la vida del autor. Para eso él tiene todas las páginas que siguen. Yo sólo contaré que tiene un hermano que es cura, quien reza por él. Que el autor cursó algunos años en medicina y por eso participaba en algunos levantamientos de cadáveres cuando cubría policía. Que es un experto en rotativas y ha viajado a diferentes estados porque mientras unos les daban la extremaunción, él les devolvía la vida.

Cuando se es periodista lo que más se anhela es ver la firma en primera plana y si es en la nota de ocho, que mejor. G. Francisco Martínez García es su firma. Era el subdirector del periódico Momento cuando lo conocí y con ese nombramiento seguía encargándose de las rotativas locales, de cubrir notas si salían a paso, seguía los jueves yendo a policía, seguía viendo su nombre en las páginas del diario.

Un gran escritorio dominaba la redacción, con una silla de respaldo alto y atrás un gabinete que almacenaba cualquier cosa pero sobre el que estaba una grabadora que un día reprodujo a Joaquín Sabina hasta que lo memorizamos. Aún escucho “Física y Química”, él me regaló ese casete que atesoro.

Es un hombre de trabajo, hoy te cuenta lo que planea hacer y mañana ya está hecho. En todos lados tiene tantos amigos que lo aprecian, que cuando todavía no había teléfonos celulares a él se le podía localizar porque siempre había alguien que lo había visto pasar o sabía donde estaba.

En los periódicos aprendes que no importa la hora ni el día, siempre debes estar disponible y rapidito. No sabes a qué hora comenzará la jornada menos la hora de salida. Pasas tanto tiempo en la redacción que en el periódico Momento había un comedor hasta donde se oía el grito del Zurdo cuando alguien se le perdía.

Ahí, entre tanto cubículo se forjó la familia periodística que hasta el día de hoy se mantiene unida. No importa a qué generación pertenezcas, seguro estás en el whatsapp del Momento en donde apenas ves “Ay sombra no te me vengas…déjame rezarte un credo” y ya estás buscando un espacio para apoltronarte cómodamente a leer las historias del Zurdo.

El señor Martínez usa lápiz fino para describir a detalle cada historia, pinta los escenarios con magistral destreza que es imposible no imaginar las escenas contadas y oler esa tinta de las viejas prensas, compañeras inseparables de tantas andanzas. Él es más que un periodista, es un hombre de periódico, es el líder que enseñó a muchas generaciones a no dejar ir la nota.

Después de trabajar en un periódico siempre llevarás contigo el olor a la tinta, el sonido de la prensa y ese “no sé qué en el estómago” producto de las prisas, el exceso de trabajo y el deseo de tener siempre la de ocho. La morriña te acompaña como sombra silenciosa a donde quiera que vas.

Pero llega un día, cuando las memorias son tantas, que haces lo que mejor sabes hacer: escribir. Te vuelcas sobre la máquina escudriñando en la memoria cada recuerdo, cada anécdota, cada vivencia, no quieres que nada se escape porque de verdad, la vida de un periodista es tan emocionante como los clásicos de Alfred

Hitchcock. Aunque como dice Joaquín Sabina “si me cuentas mi vida, lo niego todo”.

Hoy, mi muy querido y respetado amigo Francisco Martínez, mejor conocido en la sociedad periodística como el Zurdo vuelca su corazón en un libro, para nada insulso, vierte su memoria en estas páginas para que usted como quienes hemos tenido oportunidad de conocerle disfrutemos sus múltiples anécdotas y aunque muchas pudieran parecer inverosímiles, créame que no son producto de una imaginación prodigiosa, son simples historias cotidianas de un periodista que pasó parte de su vida en la redacción, en la calle buscando la nota y en el área de prensa vigilante de la rotativa.

Hoy nuevamente el tipógrafo ha cumplido su labor. Las páginas blancas han sido cubiertas por los tipos entintados. Ese olor característico de los libros nuevos se disfruta como el del café recién hecho en las redacciones; el aroma de la tinta de las prensas se diluye en el corazón, en ese lugar donde habitan los mejores recuerdos, las añoranzas y las esperanzas, los grandes amores. Pero este día estrena libertad el pensamiento, vuela y se transforma en palabras que atesoraremos en este libro que leeremos cada vez que necesitemos sentir al amigo cerca de nosotros.

Gracias a Dios por la vida de don G. Francisco Martínez García, este gran hombre, por su inteligencia, por sus andanzas, por su experiencia, porque hoy decidió que la vieja máquina tenía que desempolvarse para seguir describiendo el mundo a través de los ojos del periodista, que dicho sea de paso, también toca mandolina y fue mi jefe. Mi muy querido jefe a quien admiro mucho y le agradezco cada enseñanza.

Rosa Ana D. Cázares

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

six + nine =