5 poemas para conocer a Edgar Allan Poe más allá de sus cuentos y novelas

Edgar Allan Poe nació en Boston, Massachusetts, en Estados Unidos, un 19 de enero de 1809.
Su vida estuvo marcada por la tragedia y la genialidad al mismo tiempo; hijo de actores itinerantes, quedó huérfano antes de cumplir los tres años y fue acogido por un matrimonio acomodado de Richmond, Virginia, la familia Allan, de quienes tomó el apellido aunque nunca fue adoptado legalmente.
Desde joven mostró un talento precoz para la literatura, impulsado por su educación en internados de élite en Inglaterra y su pasión por la poesía.
A lo largo de su vida, Poe enfrentó constantes conflictos con su padrastro, deudas de juego y pobreza, lo que lo llevó a alistarse en el ejército.
En 1827 publicó su primer libro, Tamerlán y otros poemas, obra que pasó inadvertida.
Sin embargo, su talento pronto llamó la atención, pues en 1833 ganó un concurso con Manuscrito hallado en una botella, lo que le permitió comenzar su carrera periodística en el diario Southern Baltimore Messenger, donde publicó numerosos relatos y poemas.
En 1839 dio a conocer Cuentos de lo grotesco y arabesco, una colección que incluía algunas de sus narraciones más célebres, como La caída de la Casa Usher y Ligeia.
Su maestría para combinar lo gótico con lo psicológico definió un nuevo estilo literario.

Más tarde, en 1841, Poe inauguró el género policíaco en la novela, con Los crímenes de la calle Morgue, mientras que El escarabajo de oro (1843) y El cuervo y otros poemas (1845) consolidaron su fama internacional.
En 1846 publicó El barril de amontillado, y poco antes de su muerte escribió Ulalume y el ensayo filosófico Eureka (1848).
La vida del escritor estuvo marcada por la pérdida y la desdicha.
La muerte de su esposa, Virginia Clemm, en 1847, lo sumió en una profunda depresión.
Dos años más tarde, el 3 de octubre de 1849, fue encontrado delirante en las calles de Baltimore y murió pocos días después, el 7 de octubre de 1849, en el Washington College Hospital de esa misma ciudad.
Su muerte, envuelta en misterio, selló el destino de un hombre que convirtió la oscuridad en arte inmortal, por lo que a 176 años de su fallecimiento, dejamos esta aproximación a algunos de sus poemas, que lo han catapultado en la actualidad como uno de los escritores inmortales y más vigentes de todos los tiempos.
1. Un sueño dentro de otro sueño
Ten un beso en la frente,
y, al alejarme de ti ahora,
déjame confesar solo esto:
no estás equivocada si piensas
que mis días han sido un sueño;
mas si la esperanza ha volado
en una noche, o en un día,
en una visión, o en ninguna,
¿acaso se ha ido menos?
Cuanto parecemos y vemos
solo es un sueño dentro de otro sueño.
Estoy de pie, en medio del rugido
de una orilla herida por las olas,
y mi mano contiene
granos de la dorada arena.
¡Qué pocos! ¡Cómo se deslizan
entre mis dedos a lo hondo,
mientras yo lloro, mientras lloro!
¡Oh, Dios! ¿No puedo salvar
uno tan solo de la inclemente ola?
¿Es cuanto parecemos y vemos
tan solo un sueño dentro de otro sueño?
2. El lago
En mi tierna juventud fue mi sino
frecuentar un lugar
de todo el ancho mundo
que no pude por menos que querer,
tan encantadora era la soledad
de un lago agreste rodeado de rocas
negras, y de pinos dominándolo.
Mas cuando la noche tendía su velo
sobre ese lugar, igual que en todos,
y pasaba el místico viento
murmurando melodías,
entonces, oh, entonces despertaba
al terror del lago solitario.
Pero el terror no era miedo,
sino un trémulo goce, un sentimiento
que una mina de piedras preciosas
no me enseñaría o sobornaría
para definir. Ni el amor, aunque fuese el tuyo.
La muerte estaba en esas ponzoñosas
ondas, y en su seno una tumba en consonancia
para aquel que podía hallar solaz
allí para su sola fantasía,
cuya alma solitaria pudo hacer
un edén de aquel lago apagado.
3. Un ensueño en un ensueño
Recibid este beso en la frente.
Y ahora que os dejo, permitidme por lo menos
confesar esto: no os agraviéis, vos que estimáis que mis días han sido un ensueño.
Entretanto, si la esperanza se ha ido,
en una noche o en un día, en una visión o en un sueño, ¿se ha ido menos por eso?
Todo lo que vemos o nos parece, no es sino un ensueño en un ensueño!
Me encuentro en medio de los bramidos de una costa atormentada por la resaca,
y tengo en la mano granos de arena de oro.
¡Cuán poco es! ¡Y cómo se deslizan a través de mis dedos hacia el abismo, mientras lloro, mientras lloro!
¡Dios mío, ¿no puedo retenerlos en un nudo más seguro?
¡Dios mío!, ¿no podré salvar uno solo del cruel vacío?
¿Todo lo que vemos o nos parece no es otra cosa que un ensueño en un ensueño?

4. Balada nupcial
El anillo está en mi dedo y la corona sobre mi frente;
he aquí que poseo rasos y joyas en abundancia,
y en el presente instante soy feliz.
Y mi Señor me ama bien; pero la primera vez que pronunció su voto sentí estremecerse mi pecho,
porque sus palabras sonaron como un toque de agonía
y su voz se parecía a la de aquel que cayó durante la batalla en el fondo del valle,
y que es dichoso ahora.
Pero habló de modo de tranquilizarme y besó mi frente pálida.
Entonces un delirio vino y me transportó en espíritu al cementerio.
Y pensando que mi Señor era el difunto Elormie,
suspiré por él que estaba delante de mi: ¡oh yo soy dichosa ahora!
Así fueron pronunciadas las palabras, y así fué empeñado el juramento.
Y aunque mi fe se haya apagado, y aunque mi corazón llegue 42 a quebrarse,
he ahí la dorada prenda que prueba que soy dichosa siempre.
¡Quiera Dios que pueda despertar! Porque sueño no sé cómo.
Y mi alma se agita dolorosamente en el temor de haber hecho mal,
en el temor de llegar a saber que el muerto abandonado no es feliz ahora.
5. Lucero de la tarde
Fue a mediados de verano
y mitad de la noche:
los astros, en sus órbitas,
pálidos brillaban, a través
de la luz más fulgente de la luna,
en medio de planetas, sus esclavos,
alta en el cielo,
su luz sobre las olas.
Contemplé un rato
su fría sonrisa;
harto fría, harto fría para mí,
como un sudario pasó
una nube aborregada,
y me volví hacia ti,
orgulloso lucero de la tarde,
en tu gloria lejana,
y más precioso tu brillar será;
pues dicha para mi corazón
es el orgulloso papel
que representas en el cielo nocturno
y más admiro
tu fuego remoto
que esa luz más fría, inferior.